Puedo pasar un
día entero sin ni siquiera sonreír, y puedo permanecer largas horas sin hablar.
No me importa demasiado que el teléfono me acompañe, mudo. Prescindo con gran
facilidad de fiestas de cumpleaños y demás eventos, y reconozco que en las
reuniones con gran algarabía no me encuentro en mi elemento.
Las multitudes
me hacen sentir acorralada, y las risas estridentes me alteran.
No me muevo
bien en las distancias cortas, y no domino, ni de lejos, las respuestas
rápidas.
Desconozco
hasta las reglas más elementales de las convenciones sociales, y mi torpeza en
estas lides me hace pasar, a buen seguro, por desagradable.
Puestos a
confesar, confieso que son mucho más numerosas las ocasiones en las que me he
arrepentido de hablar, que aquellas en las que me ha pesado callar.
Sin embargo no
me tengo por huraña. No evito la intimidad ni soy distante.
Solamente amo
la calma. Las aguas mansas. Las palabras quedas.
Sólo eso…creo…
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