martes, 6 de noviembre de 2012

Un día perfecto


“Cartas en el buzón, y ninguna es de amor…”. Le gustaba canturrear su propia versión de aquella preciosa canción de “La Guardia” cada vez que llegaba a casa y revisaba la correspondencia; eso si, sin esperar sorpresas desde hacía…demasiado tiempo.
La factura del teléfono, de la luz, del gas, preciosas cartas del banco llenas de fríos números (todos rojos), el último folleto del supermercado del barrio…en fin, estaba claro que en la vida real no hacía ninguna falta que “el cartero llamara dos veces”.
“No pasa nada”, pensó, “esto no es más que una pequeña mancha en un día que ha sido perfecto”; bueno…salvo por ese momento en que se había enfrentado a la báscula y aquellos números terroríficos habían vuelto a aparecer en la pequeña pantallita, y no se movieron aunque volvió a pesarse después de cambiar las pilas a aquel artilugio, por si acaso. “Con el hambre que paso, no lo entiendo…”.
Salvo por eso…el día había ido muy bien...tampoco había que exagerar por haber perdido el autobús y haber tenido que caminar media hora bajo la lluvia…¿quién no necesita un poco de deporte?...aunque lleves tacones de diez centímetros y llegues a la oficina empapada y con los pies sangrando, y encima tengas que pasar las siguientes ocho horas sonriendo, fingiendo que tus estornudos se deben a una leve alergia, y que tus zapatos no te están mordiendo como si fueran dos perros de presa.
Depositó las cartas sobre el mueble de la entrada, se quitó los zapatos con un gesto de alivio, se sirvió una copa de vino tinto, y tras encargar una pizza, se dejó caer sobre su confortable sofá… “pues yo creo que ha sido un día perfecto…”.

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