Alterno estados de ánimo de magnífica exuberancia
con momentos de oscuridad donde todas las puertas simbólicas de mi mente
permanecen cerradas.
Elijo una cualquiera y trato de abrirla. La empujo con todas mis fuerzas pero solo consigo que de su pesada hoja surja
una especie de quejido ante mi molesta presión.
Me siento tan agotada que abandono el
intento y me cobijo entre las sábanas para que la realidad pase, y no
participar de ella.
Las cálidas mantas de la apatía pesan
sobre mis huesos, provocándome un placer que me obliga a ocultar también la cabeza
bajo ellas, cerrando los ojos para impedir que ni un atisbo de la luz del
exterior penetre en mi aislamiento.
Conjugo pensamientos de derrota, e
hilvano con hilos de impotencia las agujas que me cosen a esta cama.
Disfruto de la facilidad de mi desidia, de
la inutilidad de las agujas del reloj marcando un tiempo en el que no sucede
nada…
Me pregunto por esta capacidad mía para
atormentarme…y pienso si no será el dolor la savia que necesito para expresar…
Me regocijaré un poco más en este fango
de pesimismo, ¡se está tan caliente en este lecho…!
Quizá en cinco o diez minutos aquella
fuerza de voluntad que un día tuve regrese y me obligue a retirar las mantas
que me protegen del frío del esfuerzo por continuar; quizá dentro de un rato
logre abrir alguna puerta, quizá vuelva a salir al sol antes de que anochezca…
De momento me dejaré caer en mi sueño de
nada soñar…
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