- ¿¡Te crees que no puedo vivir sin ti!? – bramó él, presa de la
intensidad del momento.
- ¡Claro que puedes!- contestó ella, igualmente alterada- ¡y yo sin ti!
He vivido 25 años antes de conocerte y podría vivir otros 25 sin ningún
problema. No te creas tan importante.
Tras pronunciar aquellas palabras, la atmósfera dentro del coche se
tornó gélida, y el silencio más pesado que el plomo. La carretera seguía
desfilando ante ellos, infinita, ajena al momento que se vivía en el interior
del vehículo que circulaba sobre su negro asfalto.
- Si es eso lo que sentimos…-la voz de ella sonó tan triste que parecía
muerta-…quizá deberíamos dejarlo.
Él mantuvo la mirada perdida en el infinito, ni siquiera pestañeó, pero
apretó con fuerza el volante hasta que el color desapareció de sus nudillos. Tragó
saliva y respiró profundamente antes de replicar: - si-. Y un latigazo de
amargura sacudió el corazón de ambos.
Al cabo de unos minutos, de nuevo fue ella quien tomó la palabra.
- Preferiría no decir nada en la cena. No me siento con fuerzas para
afrontar la situación que se produciría si les decimos que hemos…-se detuvo
antes de pronunciar unas palabras que nunca pensó que tendría que
pronunciar-…roto.
- Tienes razón – respondió él sin apartar la vista de la carretera–.
Disimulemos esta noche.
Una vez al año se reunían con sus amigos en uno de esos locales de moda
que eran a la vez restaurante y sala de fiestas; costumbre que había acabado
por convertirse en una especie de tradición, pero que aquella noche parecía que
iba a terminar.
La cena transcurrió para ellos como un continuo desfilar de sonrisas
forzadas, de luchas por contener las lágrimas, de miradas esquivas, de
convencerse a sí mismos de que “es mejor así”, de no permitir aflorar los
recuerdos de tantos momentos bonitos que habían vivido juntos, de intentar
comer algo, de intentar comprender las conversaciones de sus amigos, que no
parecían sino “ruido”.
- ¡A bailar! – exclamó alguien de pronto, poniéndose en pie.
- ¡No, no! – se apresuró a replicar ella, gesticulando al mismo tiempo.
Cuando vio que sus amigos la miraban extrañados, añadió– es que me
duele mucho la espalda – e intentó sonreír.
Hasta aquel momento no había pensado en la segunda parte de aquella
estúpida tradición, y que consistía en bailar por parejas para dar por
terminada la velada.
- Yo tampoco tengo ganas…- añadió él con la voz quebrada, atrayendo
hacia sí todas las miradas – este año nos lo saltamos.
Sus amigos los miraron atónitos durante unos instantes.
- Pero bueno, ¿qué os pasa hoy?
Ni siquiera sabrían decir quién pronunció esas palabras, pues a su
alrededor todo era confuso, y sólo querían que aquella terrible noche terminara
de una vez.
– ¡No hay excusas que valgan! – sendas manos tiraron de ellos hacia la
pista de baile, y antes de darse cuenta estaban allí, uno frente al otro, y
tuvieron que mirarse a los ojos de nuevo, y tuvieron que abrazarse, temblando,
y sentir cada uno el calor del otro, y ella escuchó el latido precipitado del
corazón de él, y él aspiró el aroma tan familiar de ella, y poco a poco dejaron
de estar rígidos y se perdió cada uno entre los brazos del otro, y todo
alrededor desapareció, ni siquiera la música estaba.
- No creo que pueda vivir sin ti – susurró él junto al oído de ella –
no puedo…y no quiero- añadió.
Y el corazón de ella, que había dejado de latir dos horas atrás, en el
coche, volvió a palpitar de nuevo, lleno de vida.
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