El sopor
se va apoderando de mis ojos mientras mi mirada vaga por la brillante pantalla
blanca que preside el aula, contenedora de frases frías como témpanos que
encierran normativas, códigos y plazos.
A pesar
del cansancio, debo apelar a mi imaginación para pedirle ayuda, o pereceré de
aburrimiento entre trámites burocráticos.
No me
decepciona, y un instante después ya estoy jugando con las palabras:
La
primera que elijo es: “PERSONAS”, de
ella saco “SONARSE”, y aún me sobra
una “P”, que guardo para después
(¡que no se me olvide!).
Sigo
buscando…
¡Ya está!:
“DOCUMENTACIÓN”. Esta palabra es un
filón, y de ella extraigo “MONTÓN”,
y aún con lo que me queda, juntándolo con la “P ”, puedo
formar “PECA”.
Hagamos
balance…
Si no me
equivoco, tengo en la reserva una “D”,
una “U”, una “C” y una “I”. No puedo
hacer mucho, de modo que busco una nueva palabra en la pantalla. Recorro los
renglones y pronto aparece la que llama mi atención: “NORMA”.
Resulta
que si junto las letras que la integran con lo que me queda de antes, ¿qué
aparece?: “MARIDO”.
¡¡Qué
divertido!!
…un
momento… ¿qué sucede?...
Un sonido
inesperado me obliga a regresar súbitamente del mundo onírico… ¿ha sido un
estornudo? ¿una palmada?
Enfoco la
mirada y compruebo que el instructor de turno sigue divagando con plana
verborrea y que, absorto en su automático discurso, no se ha percatado de mi
ausencia…quizá él tampoco está aquí…
Miro entonces
hacia la brillante pantalla y observo que las letras han vuelto a ocupar su
posición original. Se muestran impasibles y profesionales, pero sé que están
enfadadas, porque quieren jugar conmigo a formar palabras…
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