Me
siento en mi escritorio, y ante mí, mi caótico mundo. Rodeada por completo de
libros, libretas, notas, estuches, rollos de papel, agendas…y a mi izquierda,
en la pared, el reloj devorando el tiempo…tic tac, tic tac…comiéndose al día
sin saciarse nunca…transformando el futuro en pasado con implacable constancia.
Alguna
vez, cuando he vivido uno de esos raros momentos en que crees que eres
completamente feliz, hubiera querido retener el instante, y que quedara suspendido en el aire, y así guardar en una mochila ese pedazo de dicha
para espolvorearla sobre los momentos tristes y que sean así menos terribles.
No
estaría mal que nuestra existencia fuera como un puzzle, y a un día horrible
pudiéramos quitarle una pieza, y colocar en su lugar otra que cogiéramos de un día más dichoso, aunque enturbiaríamos al hacerlo aquel pasado día que fue
tan bonito, al colocarle una pieza de un día triste…
Supongo
que divago…y el problema de los que amamos las palabras, es que exponemos al
aire nuestras divagaciones, las expulsamos al mundo desnudas, y es como
desnudarnos nosotros.
Y
mientras hablo de días, y de puzzles, y de divagaciones…el reloj se ha tragado
otro trozo del tiempo que tenía por delante. Lo que escribía hace un momento,
ya es pasado. Y lo que escribiré en el futuro aún no existe.
Mi
caótico mundo sigue rodeándome, impasible, intentaré ordenarlo ahora que tengo
tiempo.
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