Había quedado
con Gael a las 11 de la noche, en aquel mismo café. Un intenso nerviosismo
había estado atenazando mi estómago toda la tarde, y cuando llegué y le vi
sentado en la misma mesa que ocupaba por la mañana, se transformó en una
sensación de angustia que por un instante me paralizó.
- ¡Qué puntual!-
exclamó sonriendo cuando me senté, de nuevo como aquella mañana, frente a él.
- Puntual y aterrorizada – respondí esperando
que mi comentario le invitara a facilitarme algo más de información acerca de
nuestra aventura.
Una sonora
carcajada fue todo lo que obtuve.
Media hora más
tarde estábamos apostados tras la ventana de una casa en ruinas situada en las
afueras del pueblo. Hacía una noche muy fría, y una espesa niebla estaba
asentándose lentamente sobre las calles vacías.
Mi corazón latía
atropelladamente, golpeando mi pecho con violencia, y Gael debió notarlo, pues
con un hilo de voz que apenas era más que un susurro, me advirtió:
- Por favor, no
hagas ningún ruido – la expresión de su rostro era suplicante, y su intensa
respiración me mostró que también estaba muy nervioso-. Y no apartes la mirada
de la calle.
- Pero ¿Qué
hacemos aquí? ¿Qué va a suceder ahora?
- ssshhhhh-
replicó, colocando el dedo índice sobre sus labios.
Me rendí y,
consciente de que era demasiado tarde para salir corriendo de allí, crucé los
dedos y miré de nuevo hacia la calle.
No llevábamos en
aquella posición más de diez o quince minutos cuando una figura fantasmagórica con forma de mujer surgió de la oscuridad. Su caminar era tan grácil y vaporoso que parecía
deslizarse sin tocar el suelo. Entonces se detuvo, como si dudara
qué dirección tomar, y observó a su alrededor, envuelta por la espesa niebla,
que le confería un inquietante aspecto siniestro pero atrayente al mismo
tiempo. Durante un instante pareció reparar en nosotros, que seguíamos
observando tras la ventana, inmóviles como estatuas. En ese momento tuve la
certeza de que iba a morir, pero entonces desvió su mirada hacia una vivienda
de dos pisos situada al otro lado de la calle, y con un elegante salto alcanzó
el tejado y desapareció entre la oscuridad y la niebla tan silenciosamente como
había llegado.
- ¿¡Qué ha sido
eso!? – pregunté a Gael, presa del pánico.
- Es Mira-
respondió, mucho más tranquilo que yo.
- ¿Mira?
- Todas las
noches, desde hace 500 años, vaga por estas tierras, en busca de su gran amor,
al que una maldición convirtió en humano – de detuvo y emitió un profundo
suspiro antes de continuar-. Y a pesar de las leyendas, jamás ha matado a
nadie, pues se alimenta de la sangre de animales, al igual que hacía él.
- Pero…- yo
estaba a punto de pellizcarme para comprobar que no estaba en medio de un sueño,
o de una pesadilla-…si hace 500 años que es humano, ya debería haber muerto
hace mucho tiempo…
- Cada vez que
muere, vuelve a renacer, una y otra vez.
- ¡Dios mío! –
no pude evitar llevarme la mano al pecho-. ¿Pero cómo…? No lo entiendo…- mi
mente seguía sin querer aceptar todo aquello.
- Hace 500 años
– empezó a relatar Gael- un vampiro primigenio se enamoró de él.
- ¿Qué es un
vampiro primigenio?
- Un fundador de
la estirpe. Poseen
poderes mágicos que no tienen sus descendientes.
- ¿Y que
sucedió?
- Que él la
rechazó, pues ya estaba enamorado de Mira, al igual que ella de él. Y presa del
odio y los celos los condenó a vivir separados eternamente.
- No…
- Él – prosiguió
Gael- aunque convertido en humano, recuerda a Mira y su amor por ella, pero no
puede hablarle ni decirle quién es, pues ambos morirían. Y ella no deja de
buscarlo noche tras noche, en cuanto el último rayo de sol desaparece y hasta
que la primera luz de la mañana empieza a iluminar el horizonte.
- Qué triste…y
qué cruel…
- Sólo hay un
modo de revertir la terrible maldición…
- ¿¡Hay un
modo!? – exclamé.
- La mano de una persona de noble corazón debe matarlo. De ese modo él,
al morir, regresará a su forma vampírica y podrán volver a reunirse.
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