sábado, 21 de septiembre de 2013

Leyenda (capítulo IV)


Había quedado con Gael a las 11 de la noche, en aquel mismo café. Un intenso nerviosismo había estado atenazando mi estómago toda la tarde, y cuando llegué y le vi sentado en la misma mesa que ocupaba por la mañana, se transformó en una sensación de angustia que por un instante me paralizó.
- ¡Qué puntual!- exclamó sonriendo cuando me senté, de nuevo como aquella mañana, frente a él.
-  Puntual y aterrorizada – respondí esperando que mi comentario le invitara a facilitarme algo más de información acerca de nuestra aventura.
Una sonora carcajada fue todo lo que obtuve.
Media hora más tarde estábamos apostados tras la ventana de una casa en ruinas situada en las afueras del pueblo. Hacía una noche muy fría, y una espesa niebla estaba asentándose lentamente sobre las calles vacías.
Mi corazón latía atropelladamente, golpeando mi pecho con violencia, y Gael debió notarlo, pues con un hilo de voz que apenas era más que un susurro, me advirtió:
- Por favor, no hagas ningún ruido – la expresión de su rostro era suplicante, y su intensa respiración me mostró que también estaba muy nervioso-. Y no apartes la mirada de la calle.
- Pero ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué va a suceder ahora?
- ssshhhhh- replicó, colocando el dedo índice sobre sus labios.
Me rendí y, consciente de que era demasiado tarde para salir corriendo de allí, crucé los dedos y miré de nuevo hacia la calle.
No llevábamos en aquella posición más de diez o quince minutos cuando una figura fantasmagórica con forma de mujer surgió de la oscuridad. Su caminar era tan grácil y vaporoso que parecía deslizarse sin tocar el suelo. Entonces se detuvo, como si dudara qué dirección tomar, y observó a su alrededor, envuelta por la espesa niebla, que le confería un inquietante aspecto siniestro pero atrayente al mismo tiempo. Durante un instante pareció reparar en nosotros, que seguíamos observando tras la ventana, inmóviles como estatuas. En ese momento tuve la certeza de que iba a morir, pero entonces desvió su mirada hacia una vivienda de dos pisos situada al otro lado de la calle, y con un elegante salto alcanzó el tejado y desapareció entre la oscuridad y la niebla tan silenciosamente como había llegado.
- ¿¡Qué ha sido eso!? – pregunté a Gael, presa del pánico.
- Es Mira- respondió, mucho más tranquilo que yo.
- ¿Mira?
- Todas las noches, desde hace 500 años, vaga por estas tierras, en busca de su gran amor, al que una maldición convirtió en humano – de detuvo y emitió un profundo suspiro antes de continuar-. Y a pesar de las leyendas, jamás ha matado a nadie, pues se alimenta de la sangre de animales, al igual que hacía él.
- Pero…- yo estaba a punto de pellizcarme para comprobar que no estaba en medio de un sueño, o de una pesadilla-…si hace 500 años que es humano, ya debería haber muerto hace mucho tiempo…
- Cada vez que muere, vuelve a renacer, una y otra vez.
- ¡Dios mío! – no pude evitar llevarme la mano al pecho-. ¿Pero cómo…? No lo entiendo…- mi mente seguía sin querer aceptar todo aquello.
- Hace 500 años – empezó a relatar Gael- un vampiro primigenio se enamoró de él.
- ¿Qué es un vampiro primigenio?
- Un fundador de la estirpe. Poseen poderes mágicos que no tienen sus descendientes.
- ¿Y que sucedió?
- Que él la rechazó, pues ya estaba enamorado de Mira, al igual que ella de él. Y presa del odio y los celos los condenó a vivir separados eternamente.
- No…
- Él – prosiguió Gael- aunque convertido en humano, recuerda a Mira y su amor por ella, pero no puede hablarle ni decirle quién es, pues ambos morirían. Y ella no deja de buscarlo noche tras noche, en cuanto el último rayo de sol desaparece y hasta que la primera luz de la mañana empieza a iluminar el horizonte.
- Qué triste…y qué cruel…
- Sólo hay un modo de revertir la terrible maldición…
- ¿¡Hay un modo!? – exclamé.
- La mano de una persona de noble corazón debe matarlo. De ese modo él, al morir, regresará a su forma vampírica y podrán volver a reunirse.

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