El miedo había
desaparecido por completo, dejando paso a una sensación de tristeza y compasión
por aquellos dos seres tan desgraciados. Estaba absolutamente impresionada con
aquella trágica historia.
Sin embargo, de
pronto fui consciente de un detalle que hasta ese momento se me había pasado
por alto. Me giré hacia Gael y le pregunté:
- ¿Cómo sabes
todo eso?
Me miró a los
ojos y durante unos instantes no dijo nada.
- Porque soy él - respondió al fin.
Instintivamente
me retiré hacia atrás. Quise salir de allí, pero mis piernas no me respondieron, y apoyé la espalda en la pared para no caerme.
Gael, en
silencio, levantó una tabla del suelo, y extrajo de su interior una estaca de
madera. Se dirigió hacia mí con ella en la mano.
- Por favor- me
suplicó mientras me la tendía.
- No…no puedo…no…-
balbuceé.
- Por favor…
- Quiero
ayudarte, pero no puedo clavarte una estaca…no puedo…
- Te lo
suplico…por favor…
Él mismo situó
la afilada punta a la altura de su corazón, y con cautela cogió mi mano,
situándola en el otro extremo.
- Sólo tienes
que apretar con fuerza, un único golpe seco y nos liberarás.
Mi cuerpo
temblaba descontroladamente, y un sudor frío me envolvió.
“No puedo”, pensé
mientras tragaba saliva y luchaba para no desmayarme.
- Por favor….-
su súplica desgarró mi alma.
Cerré los ojos,
y con todas mis fuerzas apreté aquel trozo de madera, hundiéndolo en su pecho.
Se desplomó en
el suelo, muerto.
Pasaron los
minutos, y como no sucedía nada, se me ocurrió si no habría sido presa de la
mente de un lunático, y acababa de matar a una persona. En cuanto aquel
pensamiento tomó forma se apoderó de mí una gran desesperación.
- ¡He matado a
un hombre! – grité arrodillándome junto a él, que permanecía inerte-. ¡Lo he
matado!
Me levanté
sujetándome la cabeza con las manos, presa del pánico, sin poder apartar la
vista de aquel cuerpo que yacía en el suelo, muerto por mi culpa.
Entonces me
pareció percibir un leve movimiento en sus párpados. Pensé que mi mente me
estaba traicionando y me agaché para observarlo más de cerca. Cuando mi cara
estaba bastante cerca de la suya, sus ojos se abrieron de repente, y tan
bruscamente me retiré, que perdí el equilibrio y caí de espaldas.
En dos segundos
Gael estaba de pie ante mí, y comprobé que todo él había cambiado. Era el
mismo, pero al tiempo no lo era. Su piel se había tornado blanca como la cera,
y parecía más alto y más robusto. Se había retirado la estaca del pecho y sólo
un roto en la camisa mostraba que hacía un segundo había estado clavada en su
pecho. Lo único que evitó que no gritara fue que me sonreía mientras me tendía
su mano para ayudarme a levantarme. La sujeté. Estaba fría como el mármol.
- Gracias – me
dijo, y su rostro resplandecía de felicidad.
- De nada-
respondí con un hilo de voz.
- Jamás te
olvidaré.
- Te aseguro que
yo a ti tampoco.
Un instante
después ya no estaba allí. Observé por la ventana y los vi juntos sobre el
mismo tejado al que había subido Mira al principio de aquella mágica noche,
abrazados como si quisieran convertirse en un único ser. Apenas tuve tiempo de
sonreír antes de que desaparecieran.
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