“Hay que saber reírse de uno mismo para ser
feliz”…
Envenenada
fórmula de la felicidad, destructiva falacia...
¡Cómo va a ser bueno
reírse uno de sí mismo! ¡Cómo va a ser sano exponerse
a la burla fácil del prójimo siempre insensible…!
Tener sentido
del humor, relativizar los problemas, ser optimista, quererse, valorarse,
respetarse, opinar sin miedo, saberse único y perfecto, como perfecto es todo…
Pero reírse uno
de sí mismo… ¡qué barbaridad!
¿Qué burrada es
esa de divertir al vulgo ninguneándose, resaltando supuestos defectos e imaginarias
imperfecciones?
Lo escucho una y
otra vez, y en cada ocasión me sobresalto igual: “he aprendido a reírme de mí mismo”. Y quien tal frase afirma parece
haber hallado la panacea, el Santo Grial…
Intento
comprenderlo… ¿debemos ir por la vida diciendo cosas como: “soy un desastre,
parezco el muñeco de Michelín, tengo el pelo como si lo hubiera metido en el
enchufe, soy gafe?
Fíjate si soy
“guay”, que me río de mí…quizá eso me de carta blanca para reírme también de
ti…
¿Que me ría yo
de mí…? ¡ríete tú de ti, si es que te aburres!
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