En alguna ocasión he caído presa de algo parecido a la vanidad; digo
parecido porque no llega a serlo, pues echo arena sobre esos sentimientos
antes de que adquieran identidad propia, independiente de mi voluntad. Pero sí
reconozco que ha habido momentos en que me ha afectado alguna suerte de
soberbia embrionaria, de orgullo mal entendido, hijo de halagos mal asimilados
por falta de experiencia.
Allá donde la línea entre quererse y coquetear con cierto narcisismo
es más difusa, en esa delicada zona en la que el péndulo oscila entre la
sensación de sentirse capaz y la de sentirse superior…en esas arenas movedizas
he posado alguna vez mis pies…son tan atrayentes como canto de sirena…aunque
jamás mi peso ha descansado por completo en ellas, eso también debo decirlo…
Sin saber dar una explicación coherente (ni creo que necesaria), en
este preciso instante he sentido el impulso de escribir sobre esto en concreto.
Y si siento el impulso, debo. Después lo he lanzado al mundo sin
madurarlo, pues si tratase de analizarlo y diseccionarlo es probable que
con mi análisis alterase el pensamiento que expongo ahora puro, tal como se
muestra, sin maquillajes ni “quedabienes” (composición inventada, disculpad la
licencia). No me importa reconocer que en ocasiones el orgullo, inofensivo en
tierra firme, imprescindible en dosis adecuadas, a poco que bajes la guardia
durante un instante, tiende a elevar su vuelo hasta peligrosas fronteras y
acostumbra a ser presa fácil del exceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario