domingo, 23 de junio de 2013

Historia de una chica triste


Me ha venido a la memoria, no sé si por casualidad, la historia de una chica triste.
Cada mañana el despertador se esforzaba hasta quedar exhausto para lograr sacarla de la cama, y una vez de pie se arrastraba, más que andaba, a absorber algo de energía de una taza de café.
Desayunaba sin pensar y sin abrir los ojos, y tras ello caminaba hasta el lavabo sin mirarse en el espejo, pues hacía tiempo que no reconocía a la persona que la observaba desde el reflejo.
Algo más despierta, pero no del todo, cogía la agenda que alguien le había regalado en Navidad, pero no escribía en el apartado “tareas para hoy”, no había nada en la sección de “sueños”, no había llamadas que hacer o recibir, no había retos, nada que esperar…y como no esperaba nada, salía a la calle regalando al mundo una mueca indiferente; y como no esperaba nada, no se daba cuenta del sol ni del aire, y mucho menos de la gente; y como no esperaba nada, nunca sucedía nada…
Pero un día sucedió, un día sucedió…
Una bonita mañana de verano caminaba por la calle con su invierno puesto, y de pronto su imagen reflejada en un escaparate la asustó. En un primer momento ni siquiera comprendió que era ella misma aquel ser esperpéntico que la observaba con gesto de terror, pero al acercarse se vio…vio sus ojos apagados y sus mejillas macilentas, contempló las ropas insulsas que cubrían su cuerpo envejecido y cansado, y observó con detenimiento su boca, sus labios contraídos a fuerza de no reír…
Y su corazón crujió al decirle: “estás acabando conmigo”…
Y en ese instante, frente a aquel escaparate, la chica triste murió…
Corrió con todas sus fuerzas, corrió sin parar hasta llegar a casa. Abrió las ventanas de par en par, permitiendo al aire renovar la atmósfera enrarecida y al sol invadir con su brillo hasta el último rincón; llenó bolsas de basura con sus viejas ropas, con sus antiguas tristezas y con su falta de sueños…y las arrojó tan lejos como pudo…
Dejó que el agua tibia de la ducha devolviera el color a su cuerpo, cantó mientras peinaba su bonito pelo, se miró en el espejo y se dijo: “te quiero”.
Cogió su agenda hasta entonces impoluta y, sonriendo, escribió: “VIVIR”, sabiendo que lo escribiría en todos los días que quedaban por venir.

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