“…Surgió de la apacible lluvia y
supe que me había elegido. Nada podía hacer yo para huir, y me rendí a mi
condición de víctima. Se acercó hasta que pude sentir su gélido aliento, en
contraste con sus ojos, que ardían, sedientos.
Sin embargo su mirada no era la
de un asesino, y advirtiéndose en su rostro gran tribulación, apretó
sus labios y perdonó mi vida, perdiéndose de nuevo tras la cortina de lluvia…”
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