PARTE II DE IV
El agua resbalaba por su piel, arrastrando
sus lágrimas. Cuando al fin pudo reaccionar, alcanzó una toalla y salió a la
habitación vacía. No había ni rastro de él.
Con el pecho oprimido por el dolor,
sacó una maleta del armario e introdujo en ella todas sus cosas, y toda su vida
también.
Alcanzó el salón, y después el
pasillo, arrastrando la maleta que de pronto parecía pesar cien kilos. Una vez
hubo salido del piso, cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido, y se
dirigió al ascensor.
Él, que no la había oído marcharse,
salió de su despacho y se dirigió a la habitación que hasta pocos momentos
antes había sido de los dos. Su expresión había cambiado. La dureza de su
rostro había desaparecido.
Al comprobar que ella no estaba allí,
la buscó en el cuarto de baño. También estaba vacío. Regresó al dormitorio y,
sospechando lo que había sucedido, abrió los cajones, el armario…y la sospecha
se convirtió en certeza: ella le había dejado.
Corrió al portal y vio el piloto del
ascensor encendido, señal de que estaba ocupado. Bajó por las escaleras tan
precipitadamente que a punto estuvo de caer en dos ocasiones, mientras rezaba
para que fuera ella quien estuviera dentro.
“¡Maldito estúpido orgulloso!”, se iba diciendo a sí mismo mientras las escaleras parecían no
terminar nunca.
Al fin llegó al hall y contempló
aliviado cómo ella alcanzaba la calle.
- Por favor, perdóname, perdóname…- se
plantó ante ella suplicando, cortándole el paso.
Ella se detuvo y le miró, y su mirada
estaba tan rota, y su voz sonó tan triste que le partió el corazón.
- Me has hecho sentir insignificante…vulgar.
No quiero volver a saber nada más de ti en toda mi vida, no quiero volver a
verte nunca.
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