viernes, 2 de noviembre de 2012

Cuento de Halloween, después de Halloween...

Aún no comprendía cómo se había dejado convencer para celebrar el fin de año en aquel caserón perdido en mitad de ninguna parte, situado en lo más profundo de las tierras gallegas, donde era imposible encontrar ni el más mínimo rastro de civilización.
- Jorge… ¿te importaría bajar al sótano a por una botella de vino? – le había pedido su amiga Elena.
No le apetecía lo más mínimo deambular por las entrañas de aquella escalofriante casa, pero no podía mostrar su temor, y menos delante de ella, pues trataba de impresionarla desde que se conocieron, algunos meses atrás.
- Claro – respondió.
Como suele suceder en estos casos, se accedía al sótano a través de unas escaleras bastante tétricas, cuya solidez no inspiraba demasiada confianza, y que iban a morir en un habitáculo no menos tenebroso.
A medida que descendía por cada peldaño y se iba introduciendo en la lúgubre atmósfera que reinaba allí, el corazón le iba golpeando las sienes cada vez con más fuerza, y su respiración se iba tornando más intensa y superficial. El sonido de la charla de sus amigos en el salón le llegaba como un murmullo que se alejaba por momentos, hasta que desapareció por completo, y ya sólo se escuchaba el leve crujido de sus propias pisadas sobre la vieja madera.
La iluminación del sótano se limitaba a una pequeña bombilla que a duras penas aportaba algo de claridad y que le permitió adivinar, más que ver, las botellas de vino dispuestas en la pared del fondo. No le resultó difícil apreciar que hacía muchísimo tiempo que nadie bajaba por allí; tanto, que casi sintió que profanaba un lugar sagrado cuando echó mano de una de aquellas botellas, rompiendo con sus dedos la superficie uniforme que el polvo había ido formando sobre el cristal a través de los años.  
Cuando apenas la había desplazado unos milímetros de su lugar, de pronto algo lo paralizó, la sensación de una especie de aliento frío en la nuca, como si “algo” se hubiera acercado por detrás hasta casi rozarlo, provocando un escalofrío en todo su cuerpo que le erizó la piel, al tiempo que precipitó los latidos de su corazón como si éste quisiera salirse de su pecho y huir de allí por sus propios medios…“¡malditas películas de miedo!”, se dijo, intentando convencerse de que estaba siendo víctima de su propia sugestión.
Aunque luchaba por ser racional, era cierto que desde que había bajado a aquel lugar, se había apoderado de él una extraña inquietud … como si no estuviera sólo…como si alguien, o algo, lo observara desde la sombra.
Aún con la mano sobre la botella, y sin atreverse casi ni a respirar, observó a su alrededor, escudriñando la oscuridad, buscando a aquel ser que lo vigilaba…
“¡Qué tonterías se me ocurren!”, se recriminó una vez hubo comprobado que allí  no había nadie; incluso sonrió, en un intento por disipar el miedo que aún atenazaba su garganta.
No, allí no había nadie…sin embargo… ahí estaba otra vez, la certeza de que tras su espalda algo se aproximaba, que unos dedos de otro mundo se acercaban a él poco a poco, sigilosos, terroríficos, mortales...
Presa de esa visión, y a punto de desmayarse por el pánico, extrajo la botella con un fuerte tirón y corrió hacia las escaleras, saltando los peldaños de dos o en dos, de tres en tres, mientras mantenía la mirada fija en la puerta que parecía jugar a alejarse de él… “por favor, no te cierres, no te cierres…”, iba repitiendo para sí, como si en cualquier momento alguna fuerza sobrenatural pudiera, de un portazo, dejarlo allí abajo para siempre.
Cuando por fin estuvo fuera, cerró la puerta precipitadamente y se apoyó contra ella, sujetándose las rodillas con las manos, para no caer desplomado.
Mientras tanto, en lo más profundo y recóndito del sótano, una figura surgió de la sombra, y se quedó allí quieta, observando la puerta tras la cual Jorge intentaba recomponer su ánimo, convenciéndose a sí mismo de que todo había sido producto de su fértil imaginación.

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